Sin memoria no puede existir identidad

Discurso de Pablo Corral Vega, secretario de cultura, en el día de la interculturalidad.

Es apropiado celebrar el 1ro de diciembre, el día de la interculturalidad, reconociendo el trabajo de nuestros artistas y creadores. Son ellos los que con su visión nos ofrecen las coordenadas para navegar nuestros tiempos.

No existe una identidad quiteña, en todo caso no existe una identidad quiteña común, compartida por todos. La identidad es un hecho dinámico y altamente personal, que está sujeto a fuerzas históricas y culturales. Hay elementos con los que todos los quiteños podemos sentirnos identificados, como la manera de hablar, la geografía, la gastronomía, ciertos símbolos arquitectónicos, pero esas alianzas culturales no necesariamente constituyen una identidad. La identidad es un componente de la personalidad, es decir es un hecho sicológico, interior, que tiene su correspondencia en el mundo y en la sociedad; es un diálogo entre nuestro yo más profundo y la sociedad en que vivimos.

Ese diálogo, como todo diálogo entre dos entes vivos es cambiante, inestable, dinámico. Considero que la clave para acercarse a la identidad, es el articulo 4 de la Declaración de Friburgo de los derechos Culturales. En él se dice que: “Toda persona tiene la libertad de elegir y de identificarse, o no, con una o varias comunidades culturales, sin consideración de fronteras, y de modificar esta elección;”. Eso es precisamente lo que han hecho los diversos actores culturales de Quito, lo que han hecho los ciudadanos: han cambiado sus alianzas emocionales, han escogido pertenecer a una u otra tradición cultural. Hay quienes se sienten en casa con lo hispano y otros que reclaman la revalorización de unos antecedentes culturales prehispánicos. No es coincidencia que en estos últimos años las Fiestas de Quito, que celebran la fundación española de Quito, hayan perdido interés. Son una construcción cultural de la década de 1950 y se las sienten fuera de lugar en una sociedad que desea revalorizar lo indígena, lo mestizo, lo joven, lo intercultural, lo múltiple, lo polivalente, lo alternativo, lo nuestro. 

El sentido de este acto es precisamente ese, celebrar la diversidad cultural de Quito. Los quiteños tenemos una multiplicidad de orígenes, de ancestros, de percepciones culturales, que se expresan en una variedad de modos de entender el mundo y de enfrentar la vida. Los quiteños somos apasionados, cálidos, ocurridos, dicharacheros, hospitalarios, tenemos una gran capacidad para sobreponernos a las adversidades. Estamos marcados por una geografía imponente, por una historia llena de luchas y contradicciones, por un carácter rebelde que nos condujo a la libertad, por un espíritu cuestionador e iconoclasta. Los quiteños debemos sentirnos profundamente orgullosos de nuestros orígenes y celebrar con total convicción esa diversidad que somos. 

Quito no sólo es urbano, en cuanto a su superficie es sobre todo rural. Me asombra aún cuando llega a la gran ciudad una banda de algún pueblo alejado y sopla en sus metales alguna canción tradicional. La gente se emociona hasta las lágrimas, vibra, canta. El corazón de Quito es rural, y eso se puede ver en cada diálogo, en cada encuentro entre la ciudad y su espejo campesino. La vestimenta, la música, la comida, la manera de ser y de hablar son como el brazo amputado de los citadinos… está allí, invisible, doliendo de nostalgia. La ciudad es más indígena y rural de lo que sus habitantes desean reconocer en sus ires y venires cotidianos. Más allá de los aspectos productivos y ambientales – el hecho de que la ruralidad es el granero del distrito y la fuente de los recursos forestales e hídricos – está ese amor, esa obsesión por la fiesta. Es que la fiesta en el mundo rural es un espacio ritual, marca las estaciones, construye las compadrazgos y las alianzas, penetra los oscuros misterios de la muerte y la ausencia, nos ofrece una brújula para navegar el aburrimiento… en el sentido de hacerse torpe, burro, de perder la vitalidad. En el mundo andino la fiesta no es un evento, es razón de ser, expresión jubilante que nos rescata de lo cotidiano.

Sostengo que la identidad está construida en torno de tres grandes fuerzas: la memoria, la intimidad y el encuentro con los otros.

Sin memoria no puede existir identidad: si no sabemos quienes fueron nuestros ancestros, si no hacemos un esfuerzo consciente y sistemático por apropiarnos de nuestra historia colectiva. Y no hablo solo de una apropiación intelectual, la memoria es un acto emotivo, interior, que nos permite releer una y otra vez nuestras circunstancias personales. ¡Cuánto le debemos a nuestros seres queridos, especialmente a los que no están, porque es en el afecto de ellos que aprendimos a ser quienes somos!

La memoria también debe ser un esfuerzo colectivo, de la sociedad y de las instituciones. Recordar en plural es el acto colectivo más importante. Los símbolos, – el lenguaje–  son el ladrillo con el que está construida la memoria, y sin memoria la civilización estaría condenada a recomenzar, a refundarse, a reaprender una y otra vez en una suerte de castigo de Sísifo, desesperante e infinito. Aprender y olvidar, aprender y olvidar…

La segunda fuerza que le da forma a la identidad, es el regreso a la intimidad, al yo interno. No se crea en público, se crea en el silencio, en la mirada profunda y temerosa, se crea en la duda y en la sensibilidad. La poesía puede aparecer como idea en el momento de mayor algarabía, pero es en la exploración interna la que llega a tener carne, sustancia. Pasamos largas horas pegados a nuestros adminículos inteligentes, cediéndoles en un acto desesperado de soledad nuestros últimos atisbos de conciencia o introspección. ¿Cuando miramos las pantallas brillantes de nuestros artefactos inteligentes logramos mirar hacia adentro, logramos darle alas a nuestra sensibilidad? Soy un ferviente creyente en la tecnología, nos sirve para comunicarnos con quienes amamos y explorar el aleph inagotable de todo lo que ocurre bajo el sol, pero me entristece cómo en el tráfago de lo cotidiano nos hemos alejado de nosotros mismos, de lo pequeñito, de lo sencillo, de lo íntimo, de lo lento. La cultura no se construye en los grandes espectáculos ni en los mega eventos, se conforma lentamente, de manera íntima y preciosa, en los pequeños esfuerzos cotidianos, en las búsquedas, en las lecturas, en las conversaciones, en la introspección.

La tercera fuerza, la más potente de todas es la convicción absoluta de que la identidad está construida en el encuentro con los otros. Uno más uno son tres, la idea central de la filosofía de Michelangelo Pistoletto y de Martin Buber es que cuando nos encontramos con una persona surge algo nuevo, que no existía anteriormente. Pienso incluso que debemos ir más allá del “Yo soy yo y mi circunstancia” de Ortega y Gasset y afirmar “yo soy yo y mis encuentros”.

Uno más uno son tres. Por que del encuentro de dos seres humanos surge algo nuevo, único, irrepetible. De hecho hablamos para conectarnos con el otro, el lenguaje es el espejo en el que nos descubrimos. Con certeza si estamos solos, perdidos en una selva, dejaríamos de hablar. Porque el sentido, la razón de ser del lenguaje, es el reconocimiento de que el otro existe, que el otro nos importa, que su perspectiva nos interesa y nos enriquece. Y es en el otro, en su reflejo, que somos. El lenguaje es el testimonio vital de que el ser humano no fue construido como isla autónoma y autosuficiente. El lenguaje es el vehículo en el que viajan los recuerdos, el contenedor que sostiene pasado y futuro, el vínculo que nos convierte en humanos, que nos permite expresar lo que fuimos y lo que seremos. El lenguaje es la herramienta que usamos para contar historias… Y los seres humanos estamos hechos de historias. 

Hace unas semanas, un sábado cualquiera, recorría apresurado las calles del Centro Histórico de Quito. Debíamos inaugurar la exposición de los premios Mariano Aguilera, minutos más tarde presentamos una muestra muy ambiciosa sobre mercados de Quito al que asistían las principales asociaciones de comerciantes, y que fue producto de una investigación de más de un año del Museo de la Ciudad; y en Centro Cultural Metropolitano inauguramos una muestra de arte contemporáneo de América Latina. El día anterior nos habíamos reunido con el pueblo Kitu Kara para definir el contenido de un libro conjunto que documenta un trabajo sistemático de colaboración de varios años, un proceso que llevó a que Quito sea la primera ciudad en el país en reconocer la propiedad comunitaria. En la Secretaría de Cultura hemos vivido en los últimos años una actividad febril, procesos profundos de colaboración y construcción, siempre con esa conciencia de que la identidad de Quito es múltiple, y no cabe, no puede caber dentro de ningún preconcepto. 

Sería muy triste que por ignorancia, mala fe, o simplemente por ese espíritu refundacional que anima la política nacional, se borre todo lo que se ha hecho. Por citar solo algunos ejemplos, ahora el Secretario de Cultura tiene un poder cada vez menor porque casi todas las programaciones de la ciudad se construyen mediante convocatorias y comités curatoriales externos. Quito tiene teatro es un proceso extremadamente exitoso de colaboración entre la institución pública y los gremios de artes escénicas de la ciudad. Cumandá se ha convertido en el espacio de las tribus urbanas y de la inclusión, y ha sido tomando como modelo por su programación que combina arte y deporte. 

Cuando nosotros llegamos a la Secretaría de Cultura nos encontramos con una institución sin memoria. Aparte de los documentos del departamento financiero, no teníamos nada. No quedaban equipos humanos ni documentos. Los discos duros habían sido formateados. La única manera para que la gestión cultural pública se fortalezca es si seguimos construyendo a partir de lo que los otros han hecho antes que nosotros. La única manera de crecer es aprender de los errores propios y ajenos. 

Precisamente con la intención de dejar una memoria de lo que hemos hecho, hemos recuperado el proyecto editorial municipal junto al IMP. Hasta febrero del 2019 habremos publicado 8 libros solo con motivo de los 40 años de declaratoria de Quito Patrimonio Mundial… Y esta noche les quiero presentar dos de ellos que estarán disponibles gratuitamente a la salida de este acto.

El primer libro es el que ustedes han estado viendo en sus pantallas. Un libro con imágenes de Geovanny Verdezoto, que revela la variedad, la diversidad, la personalidad de los habitantes de Quito. Es un libro lúdico pero también informativo, con datos estadísticos sobre los habitantes de Quito.

Por otro lado hicimos a principios de este año una convocatoria a los artistas visuales del país. Les pedimos que nos propongan una visión contemporánea y crítica de Quito con motivo de los 40 años de la declaratoria de Patrimonio Mundial por parte de la Unesco. Este proyecto es un homenaje a dos referentes, la revista el Quiteño Libre que se publicó en Quito en 1833, una gaceta que defendía la independencia de Ecuador frente a los deseos hegemónicos de Bogotá, y ese clásico para todos los ilustradores del mundo, la revista The New Yorker. Otros homenajes se han organizado a esa revista neoyorquina por excelencia en París, Valencia, Tokio, Moscú y otras, y nos es grato ser parte de aquella iniciativa internacional.

El jurado dijo en su momento:

En la primera ronda de selección, de entre más de 600 propuestas enviadas se preseleccionaron 221 obras. En la ronda final, 80 obras fueron finalmente seleccionadas las cuales participarán en la exposición y serán parte del libro. Las 80 obras seleccionadas se escogieron con el fin de asegurar la misma fuerza, riqueza expresiva, variedad de estilos y temas con las que retratar una ciudad diversa, contemporánea, intercultural, dinámica y viva. 

Quiero llamar a Paula Barragán, la estupenda artista ecuatoriana que ganó la conovocatoria de El Quiteño, y a Sofía Zapata, Santiago Gonzalez y Alice Bossut para que reciban los certificados.

Gracias Paula, Sofía, Santiago y Alice.

Quiero permitirme una digresión personal.  Este es mi último año en los premios municipales como secretario de cultura.  Quiero agradecer de la manera más cálida a nuestro alcalde porque siempre nos dio su apoyo, incluso para los proyectos más descabellados. Su convicción de que la cultura es el espacio de la libertad se expresó en un respeto irrestricto por nuestra gestión. A Mauricio Rodas le tengo un enorme respeto y cariño. Quiero agradecer también a los concejales, especialmente a los que fueron contradictores incansables. Es gracias a su crítica, a veces mordaz, a veces dolorosa y excesiva, que aprendí algunas de las lecciones esenciales que debe aprender un servidor público: la humildad, preguntarse una y otra vez si lo que se está haciendo es correcto. La democracia no es perfecta, pero es el mejor sistema que conocemos. Es en el juego de los pesos y los contrapesos, es en la fiscalización, que se perfecciona, ajusta y crece la gestión. Siempre dialogamos incluso con los que nos expresaban su rabia y encono. Quiero agradecer a los gestores y actores culturales de Quito. No todo fue perfecto pero logramos juntos andar camino. A veces lo urgente hizo imposible atender lo importante. Y quiero agradecer a los cientos de servidores de la cultura municipal y a mi equipo más cercano. Mi equipo tan comprometido ha logrado verdaderos milagros. Yo siento una gratitud profunda, no existe mayor privilegio y honor que servir a Quito. 

Esta es la noche mayor de la cultura en la ciudad, se presentan los premios municipales de las artes y las ciencias, a los más importantes creadores del país. Doy inicio al acto en el que celebraremos a nuestros creadores, con un formato atrevido e inusual. En lugar de presentadores serán artistas del teatro y de la música los que nos acompañen en este viaje. Nuestros premiados son quienes nos muestran el camino a seguir como sociedad, nos muestran la importancia de la memoria y la creatividad, la importancia de la introspección, y el milagro sin fin de encontrarnos con el otro. Porque es en ese encuentro de dos que la cultura florece. Entre culturas, interculturas.