Aracataca es un universo
Aracataca no es una ciudad perdida, ahogada en el calor y olvidada por Dios y los hombres, entre los desiertos, el mar y las montañas de Colombia. Aracataca es un universo, detrás de las frágiles casas de tablas y láminas, donde chisporrotean mil y una aventuras y los personajes más extraordinarios de la creación.
Si no me creen, pregúntenle al más ilustre de los hijos del lugar, el señor Gabriel García Márquez, escritor de profesión, quien asegura que la epopeya de Cien años de soledad y las historias fulgurantes de Macondo las escuchó de niño, de boca de su abuela y otras vecinas del lugar, grandes habladoras, cuyos chismes, rumores, murmuraciones y fantasías fueron la arcilla que su memoria conservó y que luego le sirvió para moldear sus fabulosas invenciones.
Por eso, si llegan a Macondo – quiero decir Aracataca – no se dejen engañar por las apariencias. A primera vista, podría pensarse que aquí no pasa nada, que el calor hace que la gente sea indolente, y que la principal ocupación de todo el mundo es echarse la siesta, preferiblemente en una hamaca, o tomarse una cerveza bien fría en el bar de la esquina, escuchando salsas y ballenatos. ¡Gran error! Aquí, todo el mundo, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, está muy ocupado.
¿Qué hacen? Pues, soñar, fantasear, inventar. La tarea más ilustre y antigua de los seres humanos: imaginar, a partir de este mundo, otro, más original, más hermoso, más perfecto, y, gracias a un movimiento de sensibilidad y espíritu, desplazarse hacia él para vivir mejor. Por eso, si se guían por las apariencias y creen que somos pobres, se equivocan. En realidad, si entran en la verdadera Aracataca, la del sueño, constatarán que somos muy ricos, las mujeres y los hombres más prósperos de todo el planeta. Y también los más inquietos, sorprendentes y lujosos de todos.
En nuestro universo, nada es imposible, todo puede suceder. El sol sale de noche y la luna de día, y la ley de la gravedad puede interrumpirse para que la gente pueda pasear por las nubes si lo desea. Aquí, los gordos son delgados, los delgados son gordos, los feos son hermosos, los niños son viejos, los perros maúllan y los gatos ladran, y los vivos, los muertos y los fantasmas son indiferenciados, al igual que los ratones y las mariposas, dos pájaros de corral.
Para conocer la verdadera Aracataca, hay que cerrar los ojos y dejar que la fantasía galope.