Eros

Nada tan importante como el amor. Nada que nos toque tan íntimamente. Nada que descubra de manera más desoladora la soledad, el abismo, la incertidumbre. Nada tan mágico como la piel cuando se encuentra con la del otro. Nada tan misterioso como el encuentro de dos. Porque el encuentro de dos nos hace creer que la muerte no llegará, que así como estamos ahora, desnudos y vulnerables, podremos vivir hasta el final de los tiempos. Nada tan eterno como el fugaz encuentro de dos que se asombran el uno del otro. Nada tan improbable como el encuentro de dos: si un solo antepasado falta, falta todo. Si un solo ancestro se extravía y no llega al encuentro de dos -siempre el encuentro de dos marcando el destino de los siglos – tú no estarías aquí, no serías quien eres, tus labios no estarían dibujados de la manera en que fueron dibujados.  Improbable, casi imposible que existas, y porque existes a pesar de todo, como un victorioso triunfo del azar, sólo puedo amarte.

Tal vez te ame solo por un instante, el instante que tarda el obturador en condenarte a una larga e inmóvil juventud. Tal vez quisiera amarte y no sé cómo. Tal vez tu belleza no basta para amarte. Tal vez te amé mucho antes de conocerte. Tal vez quisiera que acerques tus labios a los míos –yo no me atrevo a romper tu desvarío. Somos dos naúfragos que huyen de la muerte, y tu piel, sólo tu piel es el ancla que me sostiene, el mapa con el que navego en la noche impenetrable. Tú me amas mucho más de lo que crees, mucho más de lo que sabes ¿Y el miedo? El miedo me hace creer que no seré capaz de morir solo, de enfermar solo, de doler solo, de caer solo en el abismo. El miedo me hace creer que no estaré solo, que es posible conjugar los miedos y los deseos, los míos y los tuyos.

Cuando estoy desnudo, cuando estás desnuda, no tenemos nada que esconder. Estamos expuestos, apoyados en el frágil equilibrio del otro. Estamos desnudos ante el universo: no hay otra manera de presentarse ante el misterio.