Gabo no ha muerto
Texto y fotografía por Pablo Corral Vega
He escuchado un terrible infundio. Andan diciendo por ahí que Gabriel García Márquez ha muerto. ¿A quién se le puede ocurrir semejante patraña? Decir que el Gabo ha muerto es lo mismo que decir que Aureliano Buendía nunca existió. O afirmar que Remedios la Bella no subió al cielo envuelta en una sábana, o que Melquíades no regresó a la casa de los Buendía porque le pesaba la soledad de la muerte. ¿Alguien duda de la existencia de Isabel que ve (en presente, siempre en presente) la interminable lluvia de Macondo? ¿O del angelote que acaba encallado en una playa para burla y jolgorio de los niños?
Los personajes del Gabo están irremediablemente vivos. Los queremos, los odiamos, los recordamos, los confundimos con los parientes que nuestra abuela era incapaz de precisar en el árbol genealógico. Son parte de nuestra epopeya familiar. Sus gestas deliciosas e insensatas son las gestas de quienes habitamos esta tierra deliciosa e insensata; una tierra extrema, exagerada, barroca, impredecible, desaforada, de crueldad y lujuria, atiborrada de ternura.
El Gabo nos susurra al oído, nos habla con la intimidad del que conoce nuestras grandezas y nuestros nauseabundos mal olores. “Te conozco”, nos dice, “conozco a todos los deliciosos don nadie que te antecedieron”. Y nos baraja nuestros orígenes hasta que quedamos huérfanos de toda vanidad o pretensión. Nos alcanza a decir que nuestro pueblo (porque al fin y al cabo todos venimos de un pueblo) de tablas machihembradas y toldos de zinc, es más rico que todos los París y Nueva York, porque en nuestro pueblo lo real es mil veces más fantástico que lo imaginario.
¿Puede alguien afirmar que muere el Coronel Aureliano Buendía en el primer párrafo de Cien Años de Soledad? Si muere, entonces, ¿por qué, enseguida, nos engolosinamos con su vida? El Gabo nos enseña que el pasado y el futuro se cruzan y entrecruzan. Hoy puedes estar muerto, pero mañana te enamorarás perdidamente de la bella.
Gabo construyó lo más cercano a una visión mítica de nuestra América, contó una historia de vida que contiene todas las historias y todos los personajes y todos los tiempos. Pero es inevitable preguntar ¿cómo consiguió engendrar personajes más vivos, más persistentes, más cercanos y entrañables que los de carne y hueso?
Se me ocurre que el mundo es al revés. Que fueron los personajes los que engendraron al Gabo, que los Aurelianos y José Arcadios ya existían mucho antes que él, y que fueron ellos los que le otorgaron al más improbable, al más parrandero, al más cuentista y mamagallista de los periodistas caribes, el poder de conjurarlos.
Las palabras del Gabo suenan a conjuro, y se deslizan por la mente provocando un placer lujurioso y carnal. Hablan de un territorio más verdadero que la realidad, un territorio donde la muerte y la vida caminan por las calles de Cartagena, enjuergadas, borrachas, cogidas de la mano, bailando cuando pueden. Tropezando y besándose.
Entre risas me decía el Gabo que la familia piensa que él está ido, un poco ido, pero que la verdad es que él se hace el lelo para que no le jodan… Yo creo que ahora se hace el muerto para que no le jodan. Porque decir que está muerto es un infundio. Está vivo y de jarana, con el Moralito de Valledupar y todas las bellas que le piden autógrafos y le despeinan su ensortijada cabellera blanca.