Un espejo potente y bondadoso
Petch preciosa, Petch querida:
Hace una semana me desperté inquieto, pensándote intensamente, y se me ocurrió escribirle a Robin. Ella me contó que tu salud está frágil. De algún modo sabía que algo no estaba bien.
Te he estado pensando con enorme agradecimiento, con el asombro de saber que mi vida ha sido más rica gracias al encuentro contigo.
No puedo pensar en una persona más generosa que tú. Recuerdo el sorprendente ejercicio de colaborar contigo.
Tú no has sido una traductora, tú has dado vida a las palabras de los otros. Yo te mandaba un texto sencillo y me regresaba uno con alma, con movimiento, con vida. Parecía que el texto había sido escrito originalmente en inglés. Tú le añadías la delicadeza de tu sensibilidad, el vuelo de tu experiencia, y sin embargo allí estaba, auténtico, tan cercano a la voz original que tu voz no aparecía.
¿Cómo lograbas esa magia? ¿Cómo al mismo tiempo te hacías invisible y le insuflabas a cada texto esa arrebatadora naturalidad? Para un buen observador tu alma estaba allí, pero la del autor brillaba con fuerza propia.
Era como mirarse en un espejo, y mirarse hermoso, potente, atrevido. Era el más dulce espejo. Cuando borroneaba mis escritos sobre los Andes – yo apenas comenzaba mi carrera – me hiciste pensar que en mi mente había la palabra de un escritor. Me hiciste saber que mi sensibilidad importaba, me hiciste saber que mis raíces eran la veta de la que me debía alimentar. Me permitiste creer que en los desvaríos de mi mente había una mirada.
Me enseñaste que la palabra es poderosa, que con la palabra se puede conjurar a las antiguas shamanes, a las doctoras y también a las desconocidas del pasado, que la palabra despierta la conciencia de los que no están y nos permite escucharlos nuevamente en nuestro yo más silencioso e interno.
Conversar contigo era viajar por los dulces vericuetos de la literatura hispanoamericana. Tradujiste las Odas Elementales de Neruda, los alucinantes Perros del Paraíso de Abel Posse, la traviesa y tremenda Celestina. Me contabas de las largas conversaciones con Isabel Allende. Estoy seguro de que ella tiene un pie tan firme en el mundo angloparlante por tus traducciones. Por haber sido tú su espejo potente y bondadoso.
Pienso en las novelas de Carlos Fuentes, la obra cumbre de todas –el Pedro Páramo de Rulfo–, los poemas de tu adorada Sor Juana Inés de la Cruz … Se me viene a la mente este poema de Sor Juana que cita Octavio Paz, y que tú tradujiste, pidiendo clemencia para un condenado:
Any man can take life
But only God can breathe life in
Thus only through the gift of life
May you hope to resemble Him
Tú te parecías a Dios, ibas por el mundo dando vida a las palabras. Salvándolas de su irrelevancia. Tu amistad me dio eso, el regalo de la vida, de los momentos y las palabras compartidas.
Recuerdo el viaje a Buenos Aires con Bob, Isabelita y nuestro amigo Andrew Hurley. ¡Cómo gozamos en esos lugares de tango, cómo gocé yo compartiendo con ustedes mi limitado conocimiento de la noche de Buenos Aires!
Estoy viendo ahora las fotos que nos tomamos con Bob en Columbia, en tu casa. Y siento una profunda gratitud.
Gratitud cuando en el momento más negro me levantaste. Yo había perdido a mi amor y tú me permitiste hablarle con una lengua que yo pensaba estaba perdida.
Siento tanto agradecimiento Petch querida, has hecho más que nadie que yo conozca por acercar dos mundos, el barroco y caótico mundo de una Latinoamérica en la que la magia y la pasión son la receta cotidiana, y el mundo ordenado y racional de los Estados Unidos… dos mundos mucho más cercanos de lo que podemos imaginar.
Te abrazo con toda mi ternura y agradecimiento. Hoy celebro todos los regalos que de ti recibí. No puedo explicarme mi vida sin tu sensibilidad, tu sabiduría sin pose o pretensión, tu dulce amistad.
Pablo