La fotografía como lenguaje
Por Pablo Corral Vega
Notas sobre relevancia y tecnología
El camino que recorría una fotografía en el siglo XX era corto y previsible. Un aficionado tomaba una foto con su cámara de película, enviaba el rollo para ser revelado en un laboratorio local, recogía las copias y en algunos casos escogía las mejores y las colocaba en un álbum. Una que otra imagen era reproducida para exhibir en un portarretrato o para regalar a algún pariente o amigo. La mayor parte acababa en un cajón y era redescubierta años más tarde cuando el tiempo y la nostalgia les devolvía su valor.
La cámara fotográfica ha estado presente en la vida de incontables familias desde la invención de la Kodak Brownie a finales del siglo XIX. El eslogan que se usaba para venderla lo dice todo: “You press the button, we do the rest”. (Tú aplastas el botón, nosotros hacemos el resto).
La fotografía hasta entonces había sido un proceso engorroso y caro, se requería de entrenamiento para operar la cámara, para preparar y colocar la emulsión fotosensible, para mezclar los químicos, revelar el original y eventualmente hacer copias en papel a partir de un negativo. La Kodak Brownie le daba a toda persona la posibilidad de registrar su vida, con el único esfuerzo de aplastar un botón.
Esa primera Kodak dio origen a un tipo de fotografía cuya razón de existir era recoger y preservar la memoria visual privada.
Las fotografías que tomaban los aficionados se convirtieron rápidamente en la posesión más preciada: ellas son gozoso y doloroso testimonio del paso del tiempo, celebración de los afectos, memoria viva de lo que ya no está.
Los eventos familiares se transformaron en elaboradas puestas en escena para la cámara. La fotografía pasó a tener un puesto principal en la vida de la gente. Imaginemos una boda, un cumpleaños, un viaje en el que no se tomen fotos…
Las fotografías de familia -el primer bien que muchos salvarían del incendio o la inundación- son relevantes sólo para los más allegados. Es precisamente por esto que las imágenes de aficionado seguían un camino tan corto y previsible: se quedaban en el oscuro ámbito de lo íntimo.
La fotografía como proceso industrial
La primera gran ola democratizadora de la fotografía, a principios del siglo XX, ocurrió como resultado de una revolución tecnológica. La fabricación industrial de material fotosensible flexible y transparente -que puede ser enrollado- puso la fotografía al alcance de millones, y permitió la creación de la primera cámara de cine y de las primeras cámaras de cajón de los aficionados.
“Tú aplastas el botón, nosotros hacemos el resto” explica perfectamente el estado de la fotografía durante el siglo XX.
¿Y qué es “el resto”?
Debajo del pequeño botón, tan simple de aplastar, había un verdadero iceberg. “El resto” lo hacía una compañía que fabricaba masivamente las películas, un proceso industrial muy complejo y caro. Kodak fue una de las grandes empresas del mundo durante más de un siglo.
Pero “el resto” era también esa colección de secretos del oficio. Los fotógrafos profesionales conseguían -gracias a sus conocimientos de lo que está más allá del botón- la calidad que normalmente estaba vedada a los aficionados.
Al decir lo que voy a decir, corro el riesgo de simplificar excesivamente la compleja historia de la fotografía en el siglo XX: las fotos de los profesionales eran publicadas en revistas, exhibidas en museos y usadas como documentos de todo tipo. Es decir, salían del ámbito íntimo y servían para registrar, conmemorar y comentar los acontecimientos de la sociedad. Los editores de medios, los curadores de museos y salones y los mismos fotógrafos profesionales -en algunos casos- decidían qué imágenes eran relevantes.
Existían dos mundos paralelos. Aquel mundo exclusivo y pequeño de los profesionales, que celosamente guardaban sus técnicas y secretos, y poblaban de imágenes la imaginación de la gente. Y ese mundo mucho más amplio de los aficionados, cuyas imágenes -valiosísimas para los retratados- estaban condenadas a languidecer en el mismo lugar privado en el que nacieron.
El internet como la imprenta del siglo XXI
El momento que estamos viviendo ahora es similar al tiempo posterior a la invención de la imprenta en el siglo XV. Antes de Gutemberg publicar un libro era un asunto extremadamente lento, caro y engorroso. Los monjes que copiaban e iluminaban los libros estaban recluidos en monasterios. Más allá de los muros que los aislaban del mundo, eran pocos los que tenían acceso a un libro y que además eran capaces de leer.
Existía una brecha profunda entre las lenguas literarias y las lenguas vulgares. El lenguaje escrito de los monjes que copiaban y preservaban el conocimiento era sofisticado, críptico, diferente al lenguaje oral del pueblo. Con la invención de la imprenta los libros dejaron de ser exclusivos, apareció una necesidad apremiante de aprender a leer (y a escribir) en las lenguas vulgares. Las lenguas del pueblo se fueron entremezclando con las cultas, la literatura adquierió un vigor inusitado. Obras y escritores cuyos trabajos jamás habrían sido publicados antes de la invención de la imprenta, influyeron y transformaron a la sociedad.
Es imposible comprender el mundo contemporáneo sin la invención de la imprenta y la libre circulación de ideas que ella permitió.
Pero las imprentas son caras, difíciles de manejar, y no arrancan sin que el contenido a publicar haya pasado innumerables filtros. El internet ofrece cinco siglos más tarde una imprenta personal, es decir la posibilidad de publicar, difundir una idea -cualquier idea- más allá del ámbito personal, sin un gran esfuerzo y a un costo insignificante.
¿Hay demasiadas imágenes?
He escuchado con frecuencia en estos últimos años la idea de que hay demasiadas imágenes. Es similar a decir que hay demasiadas palabras. Las palabras cumplen un cometido específico, tienen misiones y funciones. A veces escribo una carta a un amigo o una lista de compras, otras un ensayo, un poema. Las palabras nunca están desconectadas del contexto en que fueron expresadas o escritas. Lo mismo ocurre con las imágenes.
Lo que estamos viviendo es una radical democratización de la imagen. Las cámaras digitales son baratas y de gran cálidad, ya no tenemos que pagar ese oneroso peaje a Kodak, Agfa o Fuji Film para operarlas. “El resto” puede hacerse en casa, con herramientas fáciles de usar y costos mínimos.
Sin embargo la captura digital de las imágenes no sería suficiente para transformar el mundo de la imagen, hemos usado fotografías digitalizadas mediante scanners por décadas. La revolución que estamos viviendo está en la invención de la imprenta digital (el internet), la difusión de terminales personales conectados a una red de redes. Lo que cambia el paradigma es la capacidad de publicar las imágenes personales, llevarlas fuera del ámbito restringido de lo privado.
La ruta imprevista de una fotografía en la era Facebook
El camino que sigue una fotografía en los tiempos del Facebook está revolucionando la manera en que nos relacionamos, la manera en que nos entendemos a nosotros mismos.
Un aficionado toma una foto con su teléfono inteligente (hay ya más de mil millones en el mundo), la sube a Facebook con una serie de etiquetas que permiten saber para quién es relevante esa imagen especifica. Esa fotografía es vista en minutos por decenas, cientos o incluso miles de personas. Puede ser duplicada, reenviada y compartida en otras redes y ámbitos. La ruta que una imagen sigue es larga e imprevisible.
Una fotografía es ciega, incapaz de navegar sola en el mundo virtual. Necesita estar acompañada de palabras. Cuando no lo está, es extremadamente difícil encontrarla.
Facebook se transforma en la más grande plaza pública que la humanidad ha conocido, en parte gracias a la fotografía. Es un truco aparentemente insignificante el que le dio la ventaja decisiva sobre las otras redes sociales: los usuarios pueden etiquetar las imágenes con el nombre de las personas fotografiadas. Es evidente que toda foto es relevante para quien está retratado en ella y para los amigos de esa persona.
La etiqueta le da a la imagen las coordenadas que necesita para lograr el mayor ámbito de relevancia. La fotografía de aficionado, la misma que años antes tenía como destino el oscuro cajón o el álbum privado, se convierte en una herramienta poderosísima para hablar de nuestras vidas.
La nueva fotografía de aficionado
La pregunta es ¿qué comunican ahora los aficionados con sus imágenes? El éxito de Facebook está vinculado a una característica esencial del lenguaje humano: hablamos para compartir información, para establecer alianzas y círculos de lealtad, hablamos para determinar nuestro lugar en la comunidad. En otras palabras, hablamos para chismear.
Neurocientistas de la talla de Jonathan Haidt, el autor de “The Happines Hypothesis” (La Hipótesis de la Felicidad), dicen que el chisme es una parte tan esencial del comportamiento humano, que es posible que el lenguaje haya evolucionado a partir de la necesidad de intercambiar información sobre los demás. Esta cita de Haidt ilustra cómo funciona esta poderosa transacción linguística:
Estamos motivados a pasar información a nuestros amigos; incluso a veces decimos: “No puedo callarme, tengo que contárselo a alguien”. Y cuando pasas un chisme jugoso ¿qué pasa? El reflejo de reciprocidad de tu amiga entra en juego y ella siente una cierta presión para devolver el favor. Si ella sabe algo, seguramente va a decir “Bueno, yo también escuché que…” El chisme incita al chisme y nos permite seguir la pista a la reputación ajena sin la necesidad de ser testigos directos del mal comportamiento de alguien. El chisme es un juego del que las dos partes salen beneficiadas: no nos cuesta nada compartir información y las dos se benefician de recibir información.
Si seguimos con la analogía de Facebook como la más grande plaza pública que ha conocido la humanidad, podemos comprender que la información sobre los otros -el chisme- es relevante para las personas conectadas directamente con el evento, no para todas. Las etiquetas que permiten que la informacion viaje entre “amigos” consiguen el propósito clarísimo de que podamos escuchar la noticia en medio del ruido de la plaza.
¿Qué contamos por medio de fotografías? Que tenemos amigos. Que nos divertimos. Que amamos o que dejamos de amar. Que estamos conectados. Que viajamos y miramos. Y claro, que tenemos algo relevante que decir, que somos buenos e interesantes miembros de nuestra comunidad…
Expresar sentimientos similares por medio de palabras es difícil o imposible. El chisme tiene que ser rico, jugoso para que circule con velocidad, y aún asi la palabra no cumple ciertas funciones sociales que solo la imagen puede llenar. Una foto describe de manera portentosa los aspectos más pormenorizados de nuestra vida. Un lector avezado puede leer en una imagen nuestro estado de ánimo, nuestra clase social, nuestro poder adquisitivo, incluso saber nuestros gustos, lo que nos motiva. Al publicar nuestro álbum de fotos privadas estamos compartiendo las pistas esenciales de nuestra identidad -y de nuestra vulnerabilidad-.
Legiones de voyeurs y exhibicionistas poblamos la plaza pública del presente, revelamos información para que nos revelen información, siguiendo el ancestral patrón del chisme.
Si chismear es un aspecto esencial del comportamiento humano, sentir que pertenecemos a una comunidad es un requisito sine qua non del bienestar, de la salud, de la alegría, como afirma esa novísima rama de la neurociencia que se ha dado por llamar la Ciencia de la Felicidad. Los riesgos a la privacidad son percibidos como menores cuando se comparan con esa ansia que tenemos los seres humanos de pertenecer.
La Biblioteca de Babel
Si Facebook es una gran plaza pública, la inter-red o red de redes, es lo más cercano a la Biblioteca de Babel que tan detalladamente describía Borges:
«El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas(…) En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias. Los hombres suelen inferir de ese espejo que la Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente ¿a qué esa duplicación ilusoria?).»
Las redes de ordenadores están conectadas con otras más grandes, y así sucesivamente hasta constituir una red de redes que se miran unas a otras y mediante las cuales es posible viajar a cualquier coordenada con la sola expresión de un número IP (Internet Protocol). En éste extraordinario laberinto, sin comienzo ni fin, todos los puntos son equidistantes, se puede llegar desde cualquier lugar hasta cualquier otro lugar. Es curioso pensar cómo Borges imaginó la necesidad de instalar espejos dentro de la gran Biblioteca, la arquitectura básica de la red está llena de nodos-espejo que se reflejan y reiteran, y que son la columna vertebral de la interconexión.
La inter-red es el más grande repositorio de información, la obra de ingeniería más ambiciosa que ha construido el ser humano. Es tan portentosa esta Biblioteca que nos cuesta dejar de mirarla, atrapados por su espejo indefinido -y tal vez infinito-. La fascinación que sentimos por la inter-red es similar a la del héroe de Borges al mirar el Aleph:
Vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba (…)
Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mi como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó (…)
Parte de la fascinacion tiene su origen en el hecho de que la inter-red es también la criatura humana más parecida a un organismo vivo. Se comporta de acuerdo a las mismas reglas que gobiernan los imprevisibles patrones del clima, la dispersión del polen en el agua, el crecimiento de un tejido celular, o la difusión de un virus entre diversas poblaciones humanas. Sus movimientos y crecimientos parecen azarosos pero están sujetos a reglas matemáticas imbricadas en la naturaleza misma del mundo. En todo caso, esto es lo que sostiene Albert-Lázsló Babarabási, el gran experto en la Ciencia de Redes.
El mejor momento para la fotografía, el peor para los fotógrafos
Dada la naturaleza de la inter-red, todas las imágenes están archivadas en el mismo espacio virtual y todas pueden ser vistas desde cualquier punto. La fascinacion que el Aleph nos provoca, causa también una parálisis profunda, una incapacidad esencial para procesar una cantidad ilimitada de datos en el tiempo limitado que tenemos. El asunto más urgente en estos tiempos es determinar qué es relevante y para quién, un asunto muy dificil de solucionar en el caso de la imagenes, ya que si no han sido etiquetadas o valoradas previamente, no pueden ser catalogadas, buscadas u organizadas.
En la inter-red la relevancia está determinada por criterios y patrones muy diferentes a los que gobernaban la vida de las imágenes en el siglo XX. Las funciones de la fotografía, un lenguaje extremadamente poderoso y cada vez más universal, van muchísimo más allá de las que tenía antes de la construcción de la red de redes. Las fotos son usadas para expresar ideas y emociones, vigilar, documentar, denunciar, informar, medir, explorar, analizar, estudiar, comprender, emocionar, inspirar y claro, recordar.
Es el mejor momento para la fotografía, no hay duda -nunca ha tenido la vitalidad que tiene ahora, nunca ha sido usada por tantas personas a la vez-. Pero es el peor momento para los fotógrafos (profesionales).
Si la fotografía es un lenguaje casi universal, si en este año se van a usar más de mil cuatrocientos millones de teléfonos con cámara incorporada, si casi todas las personas son capaces de expresarse por medio de imágenes, ¿dónde queda la función de los fotógrafos profesionales, de quienes guardaban el secreto de la calidad con profundo celo?
Todos hablamos y escribimos pero son pocos los que son pagados para hacerlo. Lo mismo ocurrirá con la fotografía. En un mundo en el que casi todos puedan expresarse fotográficamente, habrá muy pocos que puedan vivir de la fotografía. Pero el lenguaje fotográfico, revitalizado por la participación de millones de nuevos practicantes, emprenderá caminos emocionantes, renovadores, reveladores.
La misión natural de los profesionales de la fotografía en esta etapa de transición -dado el conocimiento que tenemos del lenguaje visual- será ayudar a dar sentido al aparente caos, dar importancia a ciertas imágenes y puntos de vista, intentar que no se pierda la sofisticación visual que ya adquirimos en el siglo XX. Debemos ayudar a que surja una nueva estética que sea capaz de hablar con propiedad de los nuevos tiempos. Los profesionales de la fotografía tenemos una disyuntiva: o nos convertimos en líderes del cambio o desaparecemos, dejamos de ser relevantes.
El poder de los números
Hay tres características de los archivos digitales que quiero destacar, de las muchas que podemos atribuirles:
a) Son infinitamente reproducibles.- los archivos digitales -incluidas las imágenes digitalizadas- son una coleccion de números que pueden ser duplicados sin ningún límite y sin ninguna pérdida de calidad. En estricto sentido toda copia es un original. Un negativo o diapositiva, en cambio, pierde calidad con cada copia.
b) Son portátiles.- un archivo digital puede ser transportado con enorme facilidad. Es evidente que todo lo que pueda ser transportado digitalmente lo será, ya que los medios de transporte físicos son costosos e e ineficientes.
c) Son plásticos.- Una vez que una imagen ha sido expresada numéricamente es infinitamente maleable, plástica, transformable.
Estas tres características son esenciales para comprender el camino que va a seguir la nueva fotografía. En el pasado las fotografías eran naturalmente escasas (existía un original al que se le podía sacar un limitado número de copias), las copias eran difíciles de transportar, y su forma estaba determinada por las herramientas usadas.
Por ejemplo, si un fotógrafo capturaba una imagen en blanco y negro, con una película pancromática de determinadas características, las posibilidades de expresar esa imagen eran muchas, pero no había manera alguna de rescatar el color.
Con un archivo digital crudo (RAW), que contiene la información del sensor, se puede decidir posteriormente si la foto va a ser expresada en color o blanco y negro, determinar la luminosidad y el contraste, y controlar toda otra variable conocida o por conocer. Esta maleabilidad pone en entredicho ese concepto, tan del siglo XX, de que las fotos en blanco y negro son más artísticas, o que el valor de una imagen es proporcional al esfuerzo y la técnica del fotógrafo. Gran parte de las decisiones estéticas se van a tomar después de la toma.
La portabilidad de las imágenes significa, en cambio, que será imposible pensar en la fotografía sin hacerlo también en la inter-red. El canal de consumo e interconexión definirá sus usos y funciones.
¿Cómo “ven” los sensores?
Uno de los errores conceptuales más frecuentes es el de que los modernos sensores digitales “ven” de cierta manera, del mismo modo que lo hacían las películas analógicas del pasado.
Una película Kodak Tri-X o una Fuji Velvia reproducían el mundo con los parámetros dictados por su composición química. Cada película “veía” el mundo de cierta manera.
Todos los sensores digitales son blanco y negro y solamente pueden darnos valores respecto a la cantidad de luz que cae en cada pixel. Logramos reconstruir el color gracias a que colocamos filtros de color encima de los fotoreceptores. Los valores que generan estos sensores son sólo eso: valores, números. Para que tengan algún sentido tenemos que expresarlos usando fórmulas y acuerdos.
El primer acuerdo es que las fotos del presente deben verse como las del pasado. Todos los algoritmos usados ahora apuntan a reproducir la estética de las antiguas películas del siglo XX. Pero los sensores CCD o CMOS son totalmente distintos en su naturaleza a un rollo transparente recubierto de sales fotosensibles. De hecho capturan tanto más, que para lograr el efecto tranquilizador del pasado tenemos que limitar su capacidad de fotografiar la luz invisible (UV o infrarroja), tenemos que multiplicar el contraste que generan, tenemos que manipular su sensibilidad a ciertas longitudes de onda (color) y tenemos que reenfocar los contornos de los objetos.
Esa pretensión del fotoperiodismo de fotografiar la realidad parece incluso más fútil cuando pensamos en la cantidad de manipulaciones que han sufrido esos números extraidos del sensor para llegar a una imagen visible. ¿Qué interpretacion es verdadera, si la naturaleza misma de un archivo numérico es su ilimitada maleabilidad? El “original” digital no existe, sólo existe una colección de números que tienen que ser reinterpretados o expresados en un formato visible.
Las primitivas cámaras del presente
Ramesh Raskar, mi maestro en el Media Lab del Massachussets Institute of Technology (MIT) sostiene que las cámaras digitales del presente son apenas una réplica de las analógicas del pasado. Lo que los fabricantes hicieron es reemplazar la película por sensores, pero la estructura de la camera obscura (el lente que concentra los rayos, un espacio oscuro intermedio y un sensor o película al otro extremo) se ha mantenido idéntica. Hay cámaras más pequeñas, con formas innovadoras, pero su estructura interna no ha variado.
Según Ramesh aún no hemos visto cambios profundos en la manera de capturar imágenes. La herramienta que cambia todo es el ordenador y su capacidad de procesar información. Pero aún no hemos descubierto del todo para qué nos va a servir el ordenador en el caso del procesamiento de imágenes…
En lugar de aprovechar la enorme cantidad de información que podemos adquirir y procesar por medio de sensores y ordenadores, capturamos imágenes en cámaras parecidísimas a las analógicas, descartamos gran parte de la información para que se vean iguales a las del pasado, y luego usamos de manera inmisericorde el photoshop y su paleta de efectos kitsch para distorsionarlas.
En otras palabras, seguimos atrapados en la lógica y en la estética de la fotografía del siglo XX. Usamos herramientas mil veces más poderosas para hacer lo mismo que hacíamos con la película. Y pensamos que si le añadimos una capa de distorsión por medio del photoshop a esa imagen tan familiar, hemos llegado al futuro.
Podemos ver los primeros ejemplos del efecto de los ordenadores en lo que se suele llamar la fotografía aumentada: las fotografías panorámicas cosidas, las fotos de alto rango dinámico, la corrección de las aberraciones y distorsiones geométricas en los lentes, las imágenes capturadas en situaciones de muy baja luz, el hecho de que se puede capturar imágenes en movimiento e imágenes fijas con un mismo aparato. Gracias al ordenador hemos multiplicado la sensibilidad y capacidad de la fotografía tradicional, pero aún nos falta mucho camino por recorrer…
Las cuatro dimensiones
Estamos rodeados de cámaras. La más común de todas es el ratón de computador, hay miles de millones en el mundo. Ese dispositivo óptico que vemos debajo de la mayoría de ratones es una pequeña cámara usualmente con 18×18 pixeles que compara las variaciones de intensidad/voltaje y que le permite a la computadora saber en qué dirección queremos mover el cursor.
Otra cámara de la que estamos rodeados es el sensor de movimiento de las alarmas. Es una cámara de dos pixeles. Cuando no hay variación de voltaje entre los dos, sabemos que todo está estático, pero si hay una ligera variación entre los receptores, sabemos que hubo movimiento.
Es evidente, sobre todo cuando pensamos en la imagen médica, que no es indispensable tener la estructura de la camera obscura (lente, espacio intermedio oscuro y sensor) para construir imágenes. Un aparato médico de ultrasonido es capaz de generar imágenes a partir de las ondas de sonido que reflejan los diferentes órganos. Lo que estamos haciendo en el caso del ultrasonido es construir una imagen a través del procesamiento matemático de muchísimas muestras: proyectamos ondas sonora y medimos el tiempo que tardan en regresar.
Algo similar ocurre con un TAC (Tomógrafo Axial Computarizado). Colocamos una cámara de rayos X y la hacemos girar a altísima velocidad alrededor del cuerpo. Es equivalente a colocar muchas cámaras y dispararlas desde muchos ángulos. Mediante procesos computacionales logramos inferir los espacios que no fueron fotografiados (no es eficiente tomar fotos de todos los ángulos) y de ese modo podemos construir un modelo tridimensional del cuerpo.
La primera lección, cuando uno empieza a pensar en el procesamiento computacional de las imágenes, es que no bastan las 3 dimensiones de un plano cartesiano (x, y, z) para comprender un espacio cualquiera. Es cierto que con estos tres valores podemos nombrar cualquier punto en el espacio, pero siempre necesitamos una cuarta dimensión geométrica que corresponde a la perspectiva del que mira.
Para comprender computacionalmente un espacio necesitamos siempre saber desde dónde lo estamos mirando. Para que la información del TAC o del ultrasonido nos sirva, tenemos que saber desde dónde estamos midiendo los puntos que estamos capturando.
Es así que para representar el mundo necesitamos un mínimo de cuatro dimensiones. Y si consideramos que para graficar la luz, también necesitamos de cuatro dimensiones, llegamos a la conclusión de que para describir de manera precisa el mundo y la luz que lo ilumina necesitamos un mínimo de ocho dimensiones.
El propósito de este subcapítulo es simplemente que recordemos que estamos rodeados de cámaras de todo tipo, que capturan distintos segmentos del espectro electromagnético y que registran el espacio de diferentes maneras, desde el primitivo sensor de movimiento de dos pixeles, hasta el TAC, esa poderosísima cámara de rayos X de cuatro dimensiones.
Gracias al poder computacional podemos conectar varias cámaras, organizarlas en “arrays” o filas (si le interesa el tema, busque lightfield photography o camera arrays). Si con dos cámaras podemos hacer fotografía estereoscópica, con docenas de cámaras podemos construir lentes virtuales gigantes y muchísimo más luminosos, podemos mirar alrededor de objetos, recolectar información precisa sobre las dimensiones y los espacios y podemos decidir qué enfocamos y la profundidad de campo luego de la toma. Sólo imaginemos cómo se amplían las posibilidades al “fotografiar” segmentos del espectro electromagnético que no son visibles como los rayos X, la luz infraroja o ultravioleta, etc.
Toda la información que adquirimos mediante sensores tenemos que procesarla matemáticamente para construir imágenes visibles. Es por esto que para imaginar la fotografía del futuro es indispensable pensar en el papel que los ordenadores tienen y van a tener.
El aparato conectado
Según Ramesh Raskar, la mayor parte de cámaras fotográficas -que sólo cumplan esa función- van a desaparecer en menos de 5 años. Las cámaras de los celulares van a tener la calidad suficiente para reemplazarlas casi completamente. Quedarán algunas cámaras profesionales o de usos técnicos o científicos.
La cámara que encontramos en un iPhone cuesta unos pocos dólares y tiene un sencillo y barato lente plástico. ¿Cómo puede competir este microartefacto con una cámara más grande y con lentes caros y sofisticados?
El primer principio de la nueva fotografía computacional es que si sabemos cómo fue codificada una imagen, podemos decodificarla. Por ejemplo, si sabemos los defectos ópticos del lente plástico, podemos corregirlos y conseguir una calidad estupenda, casi tan buena como la de una cámara más sofisticada. Con la inclusión de microprocesadores más potentes vamos a lograr imágenes perfectas a partir de cámaras simples.
Con el reducido costo de estas mini cámaras va a ser posible instalar “arrays” de cámaras en un celular para construir virtualmente lentes muy luminosos y para resintetizar el foco, la exposición, la percepción de profundidad (imagen estereoscópica). Casi todas las decisones se van a tomar luego de la toma. La Lytro, la primera cámara comercial que utiliza los principios de la fotografía de campos luminosos (lightfields) ya nos permite enfocar luego de fotografiar.
Pero el tema de la calidad en los celulares -que en pocos años va a ser solucionado completamente- no es tan importante como el extraordinario poder que nos da una cámara conectada a la red. La fotografía conectada es un nuevo lenguaje que nos permite comunicarnos en tiempo real, comentar lo que nos atrae, emociona, apasiona, disgusta, y nos permite ser parte en una comunidad.
Las tendencias
Para terminar, quiero atar algunos cabos y mencionar algunas tendencias:
a) Los fotógrafos profesionales han perdido la exclusividad del lenguaje fotográfico. Miles de millones de personas pueden ahora tomar fotos con gran calidad y además pueden compartirlas, es decir darles un uso más allá de lo privado.
b) La democratización del lenguaje fotográfico -junto al hecho de que podemos compartir las imágenes de manera barata y eficiente- va a permitir la aparición de nuevos discursos, nuevos usos, nuevas estéticas, nuevos temas.
c) Las fotografías van a encontrar nuevos espacios de relevancia gracias a que van a estar etiquetadas con información sobre las personas fotografiadas, las coordenadas geográficas (GPS), las situaciones históricas, el contexto, la aprobación de curadores, de gremios, la validación científica o técnica. Recordemos que una fotografía sin etiquetar o validar es muy difícil de encontrar. Las etiquetas van a definir la relevancia de una imagen, le van a dar las coordenadas para viajar en el inexpugnable laberinto de la red.
d) Del mismo modo que con cualquier otro lenguaje, lo que decimos por medio de la “fotografía conectada” va a tener una relación directa con la sociedad -sus búsquedas y necesidades-, más que con la tecnología usada. Es decir, importa más qué se dice que cómo.
e) Es imposible pensar en el futuro de la fotografía sin considerar el papel transformador del internet. Toda fotografía va a estar de algún modo presente en la red.
f) Las imágenes son infinitamente reproducibles, portátiles y maleables. Las imágenes circularán libremente y serán transformadas libremente después de la toma, porque está en su naturaleza numérica el hacerlo.
g) El costo insignificante de tomar fotografías implica que estarán presentes en todos los aspectos de nuestra vida, desde la vigilancia, hasta la percepción remota, pasando por la documentación y la medición. Habrá cámaras en todo aparato u objeto, desde los automóviles a las cafeteras, pasando por los textiles, los anteojos y en el futuro incluso en los lentes de contacto.
h) Las cámaras del presente siguen atrapadas en la estética del pasado. Cuando se liberen y desarrollen el potencial pleno de lo digital, nos servirán para ampliar nuestra percepción del mundo, para verlo de modos totalmente nuevos. Antes que para registrar lo que nuestros ojos ya registran, nos servirán para ver más allá, más distante, más pequeño, alrededor de objetos, en longitudes de onda invisibles, para reconstruir escenas completas a partir de segmentos, para entender espacios multidimensionales. Nos servirán para aumentar y completar la experiencia humana.
i) No habrá diferencia tecnológica entre la imagen fija y la imagen en movimiento. De hecho, la decisión más importante será qué parte de la información se usa, qué parte es relevante.
La fotografía nace ligada a la tecnología. De todos los lenguajes es el que más necesita de una plataforma técnica para existir. Pero no es la técnica lo que le da su razón de ser ni su importancia. La profunda fascinación que ejerce en nosotros está relacionada con el hecho de que hurga en el más irremediable misterio: el tiempo. Es un lenguaje para compartir nuestras percepciones y comprensiones, nuestros gozos y dolores, para hablar de la rica y multifacética experiencia humana.
_____________________