El pueblo de Chaltén

Allí abajo, a la derecha, en esas casitas blancas que parecen copos de nieve al pie de la montaña, vivimos nosotros, las mujeres y los hombres del pueblo de Chaltén. No se nos ve, por supuesto. Nosotros somos insignificantes, invisibles, comparados a esas cordilleras de nieves eternas, cumbres filudas, abismos vertiginosos, torrentes y cascadas atronadoras que nos rodean.

Aquí el ser humano casi no cuenta, porque lo enaniza y borra la Naturaleza. Una Naturaleza que hay que escribir con mayúscula para destacar lo imponente y majestuosa que es, lo bravía e indómita que se conserva, a pesar de que hace diez mil años que aparecieron los seres humanos por aquí, tratando de domesticarla. No lo hemos conseguido todavía. ¿Quién podría vencer a estas montañas? Lo más que hemos logrado es coexistir con ellas, guardándoles el respeto debido y no arriesgándonos a desafiarlas, porque ellas ganan siempre. La prueba es que ahí siguen, desde el principio de los tiempos, intangibles, y, en cambio, incontables culturas y pueblos que florecieron en sus valles y altiplanicies, han desaparecido, muchos de ellos sin dejar huella.

En Chaltén todos somos gentes modernas y civilizadas. Pero, sin embargo, la cercanía de estas montañas nos inspira un respeto y una inquietud que pueden llamarse religiosos. No paganos, ni panteístas, ni idólatras. Sino religiosos, en el sentido más elevado y profundo de la palabra: un temblor espiritual, una preocupación por el más allá.. Estas montañas altísimas que perforan las nubes, que desafían al cielo, llenan el espíritu de inquietud y de una misteriosa melancolía, nos elevan a un mundo más inmaterial y menos pasajero que este en el que vivimos. Por eso, debe ser cierto que los grandes místicos vivieron casi siempre en las alturas, que incitan a volar, aunque sea nada más que con la fantasía.

Pero, no sólo la inquietud religiosa se desarrolla en un paisaje como el nuestro. También, el sentido estético de las personas. ¿Quién sería insensible a un espectáculo como el que ofrecen, al amanecer y en el crepúsculo, estas montañas? Aquí no necesitamos fuegos artificiales, porque la Naturaleza nos los ofrece gratis, todos los días. Es un espectáculo que jamás se repite. Llueve, nieve o brille el sol, cubran las nubes el cielo o resplandezcan en él las estrellas, siempre ofrece un semblante distinto, una tonalidad, un matiz nuevos. Por eso, aunque el nuestro sea un pueblo pequeñito y lleno de dificultades, estamos orgullosos de Chaltén. ¿Cómo no lo estaríamos si, cotejado con lo que vemos aquí, todo el resto del mundo parece feo?