Gallinazo en Puna
Un dicho estúpido y racista, “No hay gallinazo en puna”, se inventó para decir que los negros no podemos vivir en las alturas de los Andes, pues no resistimos la dureza del clima y lo ruda que es aquí la lucha por la vida. Que la sierra se hizo sólo para los indios, los blancos y los mestizos. Que los negros estamos condenados a vivir siempre en el calorcito de la costa, a la orilla del mar.
Vaya tontería. ¿Qué somos nosotros, entonces? ¿Pelirrojos, blanquiñosos, incas? Somos negros y tan serranos como el que más. Y estamos aquí desde hace muchos años, acaso siglos. La gente no sabe que los negros llegaron a América del Sur con las primeras oleadas de conquistadores. Esa conquista la hicimos también nosotros, aunque los historiadores nos hayan borrado de esa historia. Pero, estábamos también allí, arreando los caballos, cargando las provisiones y las armas, adiestrando a los perros para soltarlos luego en la batalla, embravecidos, contra los indios. Y, sirviendo luego de escudo a los amos y señores contra las flechas, las piedras y las hachas que ellos oponían a nuestras balas. Muchas de esas guerras las ganamos y las perdimos nosotros, que fuimos siempre las víctimas más numerosas en todas las guerras de América. Pero siempre se olvidaron de contarnos.
En este valle cañero, somos los mejores cortadores, y, en temporada de zafra, los hacendados se pelean para contratarnos. Cortador de caña, un oficio durísimo, para hombres de brazos de acero y una resistencia extraordinaria. Un oficio que, cuando termina la faena, lo deja a uno molido, con los huesos de la espalda machacados. La paga es buena, pero, cuando se termina la zafra ¿qué? ¿De qué come uno el resto del año? Hay que ingeniárselas, haciendo de todo –de cargador, peón carretero, embalador, limpiador de acequias- y, por último, ir a la ciudad a emplearse en una fábrica.
En la costa hay bastante trabajo. Mucho más que aquí. Pero a nosotros nos gusta vivir aquí, porque aquí nacimos y llevamos la sierra metida en el pecho. Nos gusta el aire puro y el cielo azul, las recias montañas y los colores de las chacras que trepan las faldas de los cerros. Nos gusta también el friecito helado de las tardes, cuando se va a poner el sol. Por más que digan esa estupidez de que “no hay gallinazo en puna”, aquí, sí, en el Chota hay negros que son andinos y serranos hasta el tuétano.
Ahora ha terminado la faena y estamos esperando el camión que nos lleve al campamento. Allá yo me refregaré la cara, el pecho y las axilas con escobilla, agua y jabón, y después de comer en la cantina, me iré al cine. Dan una de tiros y con mujeres que muestran las tetas. Mañana se comienza a trabajar al alba, pero a mí no me hace falta dormir mucho. Cuatro o cinco horitas de sueño y como nuevo.