La vida es bella y yo también
Esa torrentera que me moja los pies, a medida que baja por la montaña, crece, se ancha, se encabrita, se despeña en cascadas, forma lagos, y se convierte en un inmenso río, que, después de cruzar la selva, “soberbio muere rechazando al mar” como escribió el poeta.
Pero yo no cambiaría por ningún otro lugar del mundo, este rinconcito de agua, piedras, juncos y árboles donde vengo a bañarme desde que tengo uso de razón. Ya entonces todo el mundo decía que era una niña bellísima. En el colegio, me elegían siempre a mí para que hiciera de Virgen María, en las representaciones. Y, después, fui Reina de la Juventud, Reina de la Primavera, y Miss Mérida. Iba a competir para Miss Venezuela, pero mi novio se opuso y yo le di gusto, porque estaba muy enamorada de él. Sigo estándolo, después de ocho años de casada. Él es buenísimo y me adora, y se desvive por hacerme feliz. Es técnico en computación y sistemas y tiene un buen puesto, con mucho porvenir. Su empresa le ha prometido enviarlo a Estados Unidos a seguir un curso de perfeccionamiento y ése es mi gran sueño, por ahora. Me gustaría conocer las tiendas de Miami y llevar a mi hijo a Orlando, a Disneylandia.
El único defecto que tiene mi marido son los celos. Si me viera así, en shorts, mostrando las piernas, qué pataleta le daría. Si por él fuera, yo debería vestirme como una monjita, tapada de la cabeza a los pies. Por supuesto que no le hago caso, y si me levanta mucho la voz, yo también se la levanto, porque ya se pasaron los tiempos en que las mujeres eran las esclavas de sus maridos. A mí, mi marido jamás me ha puesto la mano encima.
“Es que tienes unas piernas muy lindas y si las muestras los hombres se vuelven locos”, protesta él. “¿Y qué te importa que se vuelvan locos, si sabes muy bien que mis piernas son sólo tuyas, tontito?”. “Es que, me da muchos celos que los otros tengan ganas de ti, mamita”. “Qué te importa que piensen lo que piensen, si sabes muy bien que tu mujercita sólo te quiere a ti, papito”. Somos una pareja que se lleva muy bien, después de todo. Y un poco de celos no está mal, porque le añade su picante al matrimonio. Nosotros, después de una pelea, hacemos el amor riquísimo.
A mi hijito le encanta venir a bañarse a este lugar, como a mí de chica. Ya sabe nadar y juega muy bien a la pelota. Para hacerme rabiar, me dice que de grande le gustaría ser chofer de taxi o torero. Yo le digo que se deje de tonterías. Él será ingeniero, o arquitecto, o médico, o hombre de negocios. Una profesión seria, y en la que gane mucha plata.