El minero de Potosí
Trabajar en las minas de Potosí es cosa de hombres. De hombres pobres, que siempre seremos pobres porque el salario de un minero alcanza a duras penas para sobrevivir, pero hombres muy machos, sin miedo a nada, ni a los diablos que los supersticiosos creen se han aquerenciado en los socavones para provocar los derrumbes, ni a los policías armados de garrotes y bombas lacrimógenas que vienen a romper los mítines cuando hay huelgas, ni a pasarse ocho horas al día, seis días por semana, en el fondo de la tierra, medio en tinieblas, tragando y respirando porquerías que malogran los pulmones, arrancándole a las piedras ese metal que hace ricos a unos señores que nunca hemos visto ni veremos porque viven muy lejos del frío y las lluvias de Potosí.
Eso que hincha mi mejilla es una bola de hoja de coca que llevo en la boca casi todo el día, mientras trabajo en el socavón. Hay quienes dicen que chacchar coca, es decir retenerla en la boca y sorber el juguito que se desprende de ella con la saliva, es malo para la salud. Esos no saben lo que dicen. ¿Por qué sería malo hacer algo que hicieron mi padre, mi abuelo, mi bisabuelo, mi tatarabuelo y todos mis ancestros, desde la noche de los tiempos? Por eso, digan lo que digan, yo seguiré chacchando coca, succionándole su juguito como hacen casi todos mis compañeros de cuadrilla en la mina. No sé si será malo para la salud. Sólo sé que, a mí, las hojas de la coca me quitan el hambre, me quitan el frío, me quitan también los pensamientos, la tristeza y los recuerdos, y me permiten concentrarme como una máquina sin alma en mi trabajo.
Cuando termina la faena estamos cubiertos de pies a cabeza de polvo, y, en el lento camino hasta la superficie, nos reímos a veces y nos burlamos de nuestras caras irreconocibles. El trabajo de minero es durísimo, cosa de machos, ya lo dije. Pero, tiene también algunas compensaciones. Por ejemplo, la manera como este trabajo de topos amiga y hermana a las personas, creando entre los compañeros de la cuadrilla una solidaridad que no existe entre los de ningún otro oficio y profesión. Será por eso, tal vez, que nos sentimos todos tan orgullosos de ser mineros y tan aquerenciados en estas minas que nos tienen enterrados en vida y nos envenenan la salud. Será por eso que nos resistimos tanto a cambiar de oficio y que, cuando se cierra una mina porque la veta se agotó, se nos encoge el corazón y se nos llenan los ojos de lágrimas, como si se hubiera muerto un familiar querido. ¿Por qué otra cosa iba a ser, si no?