La Piel Pulpo
Fotos y texto por Pablo Corral Vega
Pocas veces me ocurre. Salí de la sala de cine con los sentidos alerta, con el corazón vulnerable. Escuchaba cada crujido, cada zumbido, sentía en la piel la luz brillante del parqueadero, percibía el latido triste de mi corazón, la danza torpe de los vehículos camino a casa.
A veces el arte es tan potente que se mezcla con la vida. Luego de 100 minutos de contemplación, de pinceladas poéticas me he quedado la certeza de que para vencer el sinsentido, el abandono, solo tenemos la piel y la poesía.
Piel para conectarnos con la ternura, para conversar con nosotros mismos, con el otro, con los otros; poesía para convertir el dolor en belleza.
La nueva película de Ana Cristina Barragán es un precioso poema triste, nos invita a un viaje contemplativo en el que todo se infiere. Sabemos que en la familia hay problemas mentales porque la madre “también” muerde las cucharas. Nunca vemos la violencia que la madre ejerce contra sus hijos, pero hay unas cicatrices de látigo en la espalda de Ariel, su hijo, y estamos convencidos de que ella está azorada por una imposible tristeza.
La casi total ausencia de música nos permite enfocarnos en los sonidos de la naturaleza, del mar, en los pequeños movimientos internos, en los gestos, en las ausencias.
Los que hemos tenido madres depresivas sabemos que el amor es condicional, que está sujeto a una serie de reglas siempre cambiantes, y que cuando se nos lo niega somos nosotros los únicos responsables. “Si no te amo es por tu culpa” nos dice nuestra madre, esa madre arquetípica que nos da la vida pero también puede quitarla a su antojo. Te amo si… te amo si no te vas al otro lado de la isla, te amo si adivinas mis pensamientos, te amo si me amas y nunca te vas, te amo si eres bueno o buena. Te amo tanto que a veces incluso me río y te abrazo.
La actuación de Cristina Marchán bajo la dirección de Ana Cristina es magistral, porque con una gran economía de palabras y recursos actorales nos cuenta la historia de una mujer rota, de una mujer que, consumida por sus problemas mentales y tristezas, no alcanza a ver el rastro de desamor que deja en sus hijos. Les construye una cárcel preciosa y perfecta, junto a la naturaleza, en la que todos están llamados a la pureza. Pero todo ese mar, todo esa belleza, todo ese paraíso está manchado por la más perniciosa de las violencias: el amor condicional.
No es un viaje a la saga de unos adolescentes actores, no. Es un viaje a nuestra propia infancia, a nuestras inseguridades y miedos, a una sensibilidad que despierta potente y nos arrasa y nos redime como marea, como oleada. Y en ese momento de máxima apertura y sensibilidad es precisamente cuando nos enfrentamos a los más cercanos, a nuestros íntimos, a nuestros crueles e inmaduros cuidadores, ora seres infernales, ora seres de luz. Los niños, esponjas perfectas, incorporan el amor y el desamor, lo vuelven cuerpo, piel, hueso… y ojalá algún día poesía.
Me conmovió la fragilidad e inocencia de Isadora Chávez, Juan Francisco Vinueza y Hazel Powel. Los actores adolescentes de Ana Cristina no actúan, son. Por eso sus personajes son totalmente creíbles, por eso nos conmueven; son personas que bajo la dirección de una artista como Ana Cristina, descubren sus propias sombras y vacíos.
¿Qué nos cabe ante esta convicción tan desoladora de que no merecemos ser amados? Tocarnos, sentirnos. Despertar la piel.
Que dos hermanos se toquen, se perciban, se sientan, se descubran con ternura se acerca a lo incestuoso. Y sin embargo en ello solo hay pureza. En esos dedos de hermanos que se entrecruzan hay un instinto de supervivencia. A pesar de todo el desamor, escogen el amor. Es una decisión vital, esencial..
En la sociedad contemporánea hemos reducido la sexualidad a una genitalidad primitiva, un recorrido lineal que culmina con la penetración y el orgasmo. La sexualidad es en realidad la conciencia plena de estar vivos, la posibilidad de dialogar con otro, la expresión poderosa de la ternura. Es sensual el encuentro con el mar y sus criaturas, sensual la piel en contacto con la piel, sensual el agua que nos envuelve y abraza. Preciosa la escena de los hermanos que se masturban, sin saber que lo hacen, en la misma habitación. ¿Puede existir mayor pureza? En ese contexto se convierte en un acto militante, un deseo irrefrenable de vivir, una afirmación de que a pesar de todo el dolor estamos, somos… persistiremos.
Gracias Ana Cristina por tu preciosa honestidad. Cuando hice fotos al final de tu rodaje no sabía lo que hacía, no conocía la historia que querías contar. Hoy te doy gracias por atreverte a contar con tanta entereza y poesía esa historia que nadie cuenta: las marcas brutales y desoladoras de la enfermedad mental, la fragilidad que somos. Y claro, la posibilidad cierta de convertirnos en alquimistas, de redimirnos, de convertir el dolor en belleza.
No se pierdan esta preciosa película autoral de Ana Cristina Barragán. A mi me ha conmovido. Como toda obra de arte verdadera me ha tocado en lo más profundo, ha removido mi sensibilidad, me ha transformado.