No te deseo la felicidad

Por Pablo Corral Vega

La bailarina Liz Walker, del Ballet de los Ángeles, en Cambridge, Massachussets

No te deseo un feliz año. ¿Cómo podría hacerlo? La felicidad no es más que un destello, un instante gozoso entre otros momentos humildes que, sin embargo, no son menos importantes.

La felicidad es un vaso de agua fresca en un día de calor; es la brisa que acaricia la piel, es la luz de la tarde que lo besa todo con su color de miel. La felicidad es el encuentro inesperado con un viejo amigo, el agradecimiento, la ternura, las horas compartidas en la deliciosa levedad de vivir.

Un momento de felicidad tras otro momento de felicidad, tras otro y otro, acabaría por perder su brillo.

En noches como esta, decimos Inshallah. Ojalá. Si Dios o el Universo así lo quieren. Si el cosmos lo permite. A decir verdad, tengo miedo de la desgracia traicionera. Temo que desearte la felicidad pueda ser un acto de arrogancia, una ingenuidad.

No te deseo la felicidad. No. Te deseo la vitalidad. Una vitalidad persistente, insistente, terca. Una vitalidad que persevere a pesar de todo. Te deseo la magia del alquimista, esa sabiduría secreta capaz de convertir incluso el dolor en belleza. Te deseo la creatividad, el poder lúdico de transformar la arcilla en respuesta, en puro desvarío.

Te deseo la conciencia. No una conciencia abstracta o filosófica, sino la conciencia de la presencia. La conciencia… de la presencia… de quienes amamos.

Te deseo la ternura, una ternura orgullosa y convencida, una ternura que comprometa tus huesos, tus entrañas. Una ternura que te permita vivir lo que el otro siente, con presencia y abandono.

Te deseo una rosa, como la de El Principito, a quien hayas concedido el derecho de domesticarte. Toda persona tiene la obligación de vivir la deliciosa complicidad del amor, el peligro de perder el sentido para finalmente encontrarlo. Te deseo la proximidad, el alma que se acerca a otra alma hasta perderse en el misterio del otro.

Te deseo tiempo, mucho tiempo, un tiempo que no tengas que vender al mejor postor. Tiempo para caminar, para respirar, para amar, para celebrar. Tiempo en soledad y tiempo compartido. Te deseo tiempo para escuchar los ritmos de la naturaleza y el canto de los pájaros; tiempo para el asombro.

Te deseo las estrellas, el misterio de perderte en su misterio. Por muy sabios o inteligentes que seamos, basta con mirar el firmamento en una noche estrellada para vislumbrar nuestra ignorancia.

La vida es corta, y precisamente por eso es preciosa. La vida puede ser cruel, insensata, indiferente. Pero, sobre todo, es breve. Te deseo la fragante algarabía de sentirte vivo hoy, ahora, en este instante, en este momento que no volverá.

Del futuro los seres humanos nada sabemos. Apenas acertamos a balbucear inshallah, ojalá, si el universo nos lo permite.

Pablo Corral Vega