El señor que hace felices a las gentes

Aunque el señor es dibujante y pintor, si alguien le preguntara cuál es su verdadera vocación, sin duda alguna respondería de inmediato, sin vacilar: “Hacer feliz a la gente”.  En efecto, nada  alegra tanto a ese corazón suyo que late ya por más de setenta primaveras, como ver el alborozo en la cara del transeúnte que se ha detenido unos momentos a posar para él y que, cuando él le alcanza la cartulina con su retrato, se reconoce en éste y todavía mejorado.  “Pero, qué bien me captó, señor”, le dicen, agradecidos.  “Me ha sacado usted hasta buenmozo”.  Y las muchachas, felices de verse tan bellas gracias a sus lápices, a menudo le dan un beso.

A él, la felicidad de los otros lo hace también muy feliz.  Hay tantas miserias en este mundo, que animar el espíritu a alguien y ayudarlo a pensar, siquiera por un minuto, que la vida vale la pena de ser vivida, es hacer una obra de bien.  ¿Y no es maravilloso hacerla dibujando y pintando, es decir, ejerciendo el más maravilloso de los quehaceres?  Él descubrió lo fascinante de su oficio cuando era un niñito de pocos años, y, a pesar de haberse pasado la vida practicándolo, todavía lo emociona, lo inquieta y lo hace sospechar que el dibujo y la pintura, además de arte, son también una especie de milagro.  Eso es lo que él siente cuando los trazos del carboncillo sobre la cartulina bosquejan un rostro que parece reproducir no sólo los rasgos del modelo, sino también su carácter, sus sueños y su alma.

Como la vida es dura y hay que comer, cobra por sus retratos, por supuesto.  No mucho; lo justo, nada más.  Pero, si una cara lo entusiasma por alguna razón particular, la dibuja, aunque sea gratis, por la mera satisfacción de haber pintado algo que valía la pena pintar.  Aunque de sus manos han salido viejos y jóvenes, hombres y mujeres, sus modelos preferidos son los niños.  Para que se estén quietecitos, como esta niña ahora, les cuenta historias mientras les va averiguando sus secretos y trasladándolos a su retrato.  Así, los hace felices por partida doble.  ¿No es cierto que la vida es bella, si uno la dedica a hacer lo que le gusta?